miércoles, 26 de diciembre de 2012


Se los seguiré diciendo: cuando tomas decisiones como yo lo hago, te llueven angelitos que te quieren y te protegen. El estudiante fue uno, pero el encargado del tren fue otro. Vio mi cara y seguramente vio a una niña pequeña y triste que no entendía el idioma ni el sistema de transporte de Budapest. Así que se me acercó y me llevó de la mano a enseñarme el tren: desde los baños hasta cómo se cerraban las puertas de las habitaciones. Yo pedí una con cama. Tenía unos cuantos días de no comer bien, de no ir a restaurantes, de no hacer nada de lo que hacía en México, así que me las gasté: no traía mucho dinero en efectivo pero aún así, pedí de cenar. El señor me explicó los precios y que también podía pedir de desayunar.

-Voy a querer un goulash y chocolate caliente, por favor.
-¿Algo más?
-No, gracias, estoy bien.
-Podría despertarla con el desayuno también.
-Perfecto entonces deseo el menú 4.
-¿Media hora antes de llegar a Praga estaría bien?
-Estaría muy bien.
-Mire, normalmente no hago esto, pero le voy a dar el número de la habitación en la que estaré toda la noche. Si se le ofrece algo, por favor búsqueme. -(¡¿Tan indefensa me veo?!)
-Muchas gracias, es usted muy amable.
-Y es un placer atender a gente tan educada, créame, no me la topo diario .

Sonreí, ¿a quién no le gustan los halagos?

-Y por favor permítame mostrarle cómo cerrar el cuarto. 

Me enseñó y se fue. Regresó con la cena, la cual estaba exquisita y no me quiso cobrar hasta el día siguiente, me deseó que descansara y se despidió (entonces no me veo indefensa, me veo jodida).
Me volví a tomar un lexotan y desperté en Praga con el desayuno en la cama y una sonrisa húngara a la vista. 
Tal vez no parezca una experiencia tan importante, pero en realidad era justo lo que necesitaba.. un servicio de lujo que me hiciera sentir que nunca pise un hostal de 8 literas a cuyos baños no pude entrar del asco (y les juro que pocas cosas me incomodan a tal grado). Cuando me hace falta un papá o una mamá siempre me topo con alguien que se acerca a mí y me dice lo suficiente como para seguir andando sola un rato más.
El señor me ayudó a bajar mis maletas y me regaló un mapa, su mapa. Me fui caminando, me tomó alrededor de una hora. Hubiera podido tomar un taxi fácilmente pero amanecía hermosamente en Praga y yo no tenia ninguna prisa. Belleza en cada rincón... además hicieron bien apodarle a este lugar la ciudad de las cien torres. Me sentí n las nubes de nuevo. Me recibieron las personas trabajadoras que ya andaban corriendo a esa hora a sus trabajos y un par de muchachos borrachos saliendo de fiestas. Sonreí sin parar. Otra vez tenia energías y fuerzas y gracias al señorsito del tren estaba olvidando todo lo que había pasado. ¿Cuál ex novio? ¿cuál hostal? pero me sentí aún mejor cuando vi la embajada mexicana. Estaba en casa. Había un teléfono de emergencia en la puerta y eso me hizo sentir segura de nuevo, lo apunté por si las dudas, también había una placa que decía: no se trabaja los días feriados y una hoja anexa que rezaba: ni los de México ni los de República Checa. Ni los domingos, los sábados sí pero sólo medio día y tampoco tales y tales. Me reí como una loca, definitivamente estaba en casa. Para mis sorpresa la embajada estaba en la misma manzana que el depa de mi amigo y un segundo antes de que tocara el timbre escuche: NIKKIE!! levanté la cara y ahí estaba mi amigo: podrido por haberse ido de fiesta y por el despertador que seguro había sonado hace ya un rato.

-Creí que llegarías a las 6, estaba preocupado.
-Llegué a las 6 
-Pero son 7:30 
-Ah, es que me vine caminando.
-¡¿Qué?! ¡¿Caminando?! ¡¿Estás loca?! ¡Pudiste tomar un taxi!
-No, pero quería caminar
-¿Y con maletas? ¿y cargándolas? ¡Pero pude haber ido por ti!
-Te lo juro que sólo quería caminar, despejarme un ratito.
-Ay pequeña N, no sabes lo bien que me caes.

A este niño lo conozco de fiestas, eventos y demás. Aunque no había tenido la oportunidad de conocerlo “en serio”, es decir, fuera de un antro, me generaba buena vibra, buena espina. Y después de este viaje, cada que pienso en él sonrío. No sólo porque me dio asilo cuando lo necesité, sino porque aquí fue donde empezó nuestra amistad real. Hoy por hoy me encanta encontrármelo y platicar con él.

El caso es que subimos en un elevador hasta su Penthouse, y por supuesto que todo estaba hecho basura: ropa y comida en todas partes, maletas abiertas, un niño en una cama, otro en un sillón y los demás en el piso de arriba.
Me di un baño en lo que despertaban y salí a la terraza a ver  la ridículamente bella vista que tenían. Otra vez fui la mas feliz, la más segura, la más divertida. Nacho me presentó a todos y salimos a dar vueltas, fuimos a tours, etc.  pero después de que le conté a Nacho todo lo que había pasado y lo mal que me sentía de a ratos, le dijo a los demás que los veíamos en la noche y convirtió ese día en uno de los mejores que puedo recordar: me llevó a conocer todos los museos judíos y sinagogas y demás (adoro la cultura judía), fuimos al cementerio, que es famosísimo y después a comer al mejor restaurante de la ciudad, bebimos vino, platicamos, nos reímos. Comimos toda clase de cosas y los meseros fueron de lo mas atentos. No me dejó pagar nada, igual que siempre, cosa que yo no buscaba, porque aunque suele hacerlo en México, aquí lo que yo quería agradecerle  su hospitalidad pagándole la comida, o un tour, o lo que fuera, pero no me lo permitió. 

De ahí, a pasear en bote. Fue lo máximo, hasta que nos dimos cuenta de que ya habíamos pasado el tercer puente del río y los botes sólo tienen permitido cruzar el primero, porque después, la corriente se vuelve mucho más pesada y no te deja salir. Pedaleamos todo lo que pudimos pero fue imposible voltear la lancha en el primer intento... Dos, tres, cuatro veces y nada, después de mucho lo logramos, pero nos asustamos de verdad. Es más, tengo por ahí un video, en el que yo estoy gritando: “vamos a moriiiir” repetidas veces. Se los voy a buscar y lo voy a subir. 

Después de nuestra aventura mortal, fuimos de shopping y me compré dos vestidos hermosos y que al regresar a México no me entraban ni en una pierna, y no exactamente porque hubiera engordado sino porque estaba raquítica en Praga y no me había dado cuenta. Tal vez por eso me consintió tanto mi amigo, por lo mal que me veía. Regresamos a su depa y platicamos horas de todo lo que queríamos hacer, o mejor dicho de lo que yo quería hacer así que organicé los días que siguieron. Me emocionaba estar en un lugar nuevo, con gente tan increíble, en un depa tan padre, con el clima perfecto y con tanto por hacer. Es un sentimiento que le deseo a todos. Una libertad espiritual que no puedo ni quiero explicar, porque quiero que todos la encuentren sin hacerse expectativas. Si están dejando la juventud atrás y no han pasado por esto, dejen lo que estén haciendo, dejen sus planes por un momento y búsquenlo, porque vale la pena.

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