domingo, 24 de marzo de 2013


Hoy llovió en París. Automáticamente me pongo triste cuando eso pasa porque he visto demasiadas películas. Desperté en un hotel, si sigo durmiendo en casas de amigos o en el depa que nos prestaron seguiré siendo de aquí, de París. Y ya casi es tiempo de regresar a casa. 

Yo me conozco, y sé que se les hará raro pero el final de mis viajes son delicados: si un día vivo lejos y tengo amigos lejos o incluso novios y al otro día regreso a México, termino shockeada. Llego al aeropuerto, saludo a mi familia, entro a mi casa, a mi cuarto y me suelto a llorar. De nostalgia.. y bueno, de shock. No es tan fácil. 

El problema es que cuando viajo nunca la hago de turista, siempre tengo que llegar directo a echar raíz, carajo. Y como me cuesta dejar, dejar una vida. Una rutina, aunque no lo parezca. Porque aunque diario hago cosas distintas, diario salgo por la misma calle y regreso a la misma calle también, tomo los mismos transportes, saludo a las mismas personas: al de la panadería, al de los periódicos.. y no porque los franceses sean particularmente amables, pero me refiero a que ya me conocen. Saben que paso todos los días por ahí. También me mensajeo con las mismas personas: con Cam, con Ney, con Beto. Y sí, extraño a mi México.. pero... no sé, es como tener varias personalidades que tienen varias vidas. Una personalidad extraña mi casa, otra va a extrañar París cuando no estemos. Así como una extraña a Beto y otra lo evita. Que difícil es ser varias personas a la vez...

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