viernes, 13 de septiembre de 2013

México lindo y querido... ya me voy

México es espectacular. Lo que diga se queda corto. Puede opacar a cualquier país. La cosa es que cuando estoy en México la sufro porque no me sé estar quieta. No sé qué significa eso. Claro que los primeros días me eché en una cama a acariciar a mi perro y a comer chilaquiles, como cualquier nostálgico que vuelve, pero ya llegué, ya comí, ya dormí y ya me quiero ir.
Siempre es lo mismo: llego y disfruto enormemente mi cuarto, mi familia, mi comida, y pasan los días y me percato del tráfico, de la contaminación, del exceso de gente. Esto evoluciona en todo tipo de malestares, molestias y quejas internas, que terminan explotando sin lógica en un “tengo que tomar un avión a donde sea.”
Antes me estresaban estos sentires porque no me dejaban tener una vida sedentaria, es decir, me privaban de novio, de trabajo, incluso de escuela. Pero ahora sé que lo raro sería que no ocurriese. Es mi modus vivendi, mi maravillosa, sui generis y ridícula forma de vivir. Estoy contenta con lo que hago y contenta con lo que no puedo hacer a causa de viajar. No pasa nada, así es mi vida.
Cuando regresé de Europa, estuve quieta 4 días exactos. Al quinto, obligué a una amiga a que me acompañara a fingir ser turistas y pasear por la ciudad. Fue increíble. Después de estar media hora en el metro, llegamos al centro de la ciudad, que estaba abarrotada de extranjeros que tenían las mismas intenciones que nosotras: “tomarnos la foto”. Recorrimos la plancha, la catedral y 4 museos. Comimos en el barrio chino y les compramos dulces a los niños que corrían en la calle. Por supuesto que compré un libro de turismo de la ciudad, mismo que traían todos los foráneos junto con su cara de perdidos. Fue lindo, mi país trata bien al que es de fuera, faltaba más.
El gusto me duró una semanita más. Me estaba empezando a volver loca lentamente y no dejaba de pensar en cómo zafarme de los exámenes finales de la universidad para poderme largar a donde fuera. A pie, camión, avión, ¡en burro carajo! Pero Dios escucha y conmigo, creo que hasta se divierte porque entre mis desvaríos, sonó el teléfono con una llamada por cobrar... desde Taiwán.