miércoles, 29 de mayo de 2013


Llegué al hotel por ahí de la 1am, dejé mis cosas, me cambié, conté las horas para irme y me empecé a poner mal. Temblé, lloré, respiré extraño. Y así, con la ropa de dormir puesta, salí. Hacía frío y no me importó, sabía que era peligroso y no me importó, solamente corrí. Fue raro, una parte de mí no sabía a dónde iba, y la otra tenía todo un plan, tomaba atajos, saltaba rejas.. y que llego a la torre Eiffel. ¿Cliché? Digan lo que quieran, esa torre es mía. Me fui de rodillas y lloré por más de una hora. No quería irme, creo. No quería dejar París, mi París. El pasto estaba mojado por lo mucho que lloviznó en la noche pero igual me acosté. Es tan bella. Me maravilla, me enloquece, me provoca.. me enfrenta. Me reta a quedarme. Y a cambio me ofrece esta vista. A cambio me ofrece ponerme la piel chinita. Ay, París, ¡basta ya! ¡que tengo que irme! Me seduce y me atormenta al mismo tiempo. Y me doy miedo.. nunca me había puesto así y por primera vez me sentía capaz de todo. ¿Qué soy para ti París?¿Una turista más? ¿Una loca que te ama y ya? ¿que no puede dejarte ir? Aunque no lo crean estas preguntas se las grité. Fue un momento espectacular, cierro los ojos y estoy ahí de nuevo. Hacía frío pero gracias a todo lo que corrí me sentía fresca. Estaba en la madrugada, sola a la mitad de la ciudad, pero me sentía segura. Estaba mojada por tirarme al pasto y por llorar tanto pero me sentía viva.

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