martes, 29 de enero de 2013


Próxima parada la Gare du Nord. Traía mil maletas y mi hermano ya me había mandado un par de mensajes para saber dónde estaba. Me bajé del tren (que fue una reverenda monserga dada la cantidad de personas que se subieron al tren sin reservación y creían que no los iban a cachar). Para que lo sepan, te multan y te bajan si eso ocurre. Me urgía verlo y abrazarlo porque insisto, ustedes no saben lo infinitamente sola y miserable que me he sentido en este viaje, particularmente las primeras semanas, después ya estando con amigos lo fui olvidando, pero aún así...

Él estaba comiendo algo de una envoltura de celofán amarilla y no se dio cuenta de que yo estaba detrás suyo.

-Hola guapo
-¡Nikkie!
Nos abrazamos y luego me dijo:
-Por favor vamos por algo decente de comer porque ya no puedo más.

Lo llevé a Casa Domenico, que es el restaurante en contra esquina del hotel de Jerome, y claro que pasé a saludarlo, no nos quedamos ahí porque Mauro, el mejor amigo de Álvaro nos prestó su depa.

Mi hermano estaba como niño chiquito, nunca lo había visto así: sacaba un librito y de ahí decidía a qué museo ir, en qué bar tomar... como si no se supiera París de memoria. Bueno no importa hay lugares que tengo mucho de no ir y hay otros tantos que no recordaba o que nunca había ido. Yo ese día no tenía ganas de nada, estaba cansada y quería dormir, mi hermano en cambio traía toda la actitud del mundo.

Al día siguiente me despertó a las 6am ¡a las 6 am! Me bañé como pude y desayunamos huevos Romanoff (huevos pochados sobre salmón metidos en pan muffin tostado con mantequilla, acompañado de sukini asado y aderezado con salsa holandesa y caviar beluga encima) que claramente hizo Álvaro porque a mí se me quema el agua.

Esta era la primera vez que viajábamos solo él y yo, así que cuando dijo “a ver si me aguantas el paso”, me reí por dentro porque no sabe con que clase de viajera esta tratando.

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