sábado, 14 de julio de 2012

Capítulo Primero: Europa por las buenas

-Ya no me busques.

Así fue como finalicé la conversación. La cerré, borré todos sus mensajes, rompí todas sus fotos y lo bloqueé en redes sociales. Si lo iba a terminar, tenía que hacerlo bien, sin grietas, sin formas de atormentarnos o seguir sabiendo del otro, que para el caso, era lo mismo.


Me gustaba todo de él: su olor, sus besos, la forma en la que me hacía temblar cuando entraba por la puerta... Cuando me pedía perdón por algo, o quería hacerme sentir mejor, me sentaba en sus piernas y me abrazaba, acariciaba mi pelo y me hacía sentir protegida, querida, incluso admirada. Pero eso no duró mucho. Nunca voy a olvidar lo humillada que me hizo sentir.


Eso fue lo último que pensé antes de hacer maletas. Metí cuanto vi: cosas de baño, ropa primaveral, sandalias, ¡qué sé yo! Sólo quería llegar al aeropuerto... (después me arrepentí de haber empacado en un estado como ése: sí, era verano, y sí, pasaría unos días en Italia, pero, ¿quién lleva bermudas y bronceador a Noruega?)


No dormí: fue algo extraño entre no poder y no querer. Me urgía que amaneciera porque según yo, al partir, todo iba a cambiar e iba a olvidarlo todo, sí, cómo no. Mi mamá fue a dejarme al aeropuerto junto con mi hermano. Ellos son mis mejores amigos y los únicos que no me fallarían nunca. Todo muy normal, me despedí y me formé, pero la fila avanzó y se me hizo un nudo en la garganta, luego en el estómago y después no pude respirar. Los veía lejos y quería volver, quería quedarme y dejarme de pendejadas, pero no. Naturalmente, volví a sonreír como si estuviera sulibellada de largarme antes de entrar a la zona de pasajeros, pero al llegar a control, me solté a llorar.


Mi mamá me conoce mejor que nadie, por eso fue la primera en persuadirme de hacer este viaje. Ella sabe lo que es mejor para mí, así que confié en ella, en que esto era positivo. Me paseé por las salas de abordar con mi aspecto devastado por no dormir, no comer y no querer viajar. En el avión volví a llorar en cuanto me senté pero sólo un par de minutos. Y después pasó algo a lo que yo llamo God's Treat. Es cuando algo bueno me pasa justo después de que algo malo me pasa: el avión venía repleto y los únicos dos asientos vacíos eran el que estaba a mi derecha y el que estaba a mi izquierda, así que fui la única pasajera que voló 14 horas totalmente acostada. Me hice un colchonsito con las tres almohadas y las tres frazadas de los tres asientos correspondientes, me tomé un lexotan y abrí los ojos en Frankfurt. Aún dopada, recogí maletas y salí a respirar. Ya me esperaban ahí y rápidamente tomé un tren a Berlín. Berlín. Tan lindo como hostil . Aparentemente elegí una ciudad equivocada considerando el humor que me cargaba... Berlín. Fría y gris. Como yo.


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