martes, 14 de agosto de 2012

La Puerta de Brandenburgo

Ya habían rayos de sol repartidos por mi habitación cuando abrí los ojos. Estaban hinchados por llorar y mi espalda adolorida por dormir casi de cabeza. No me metí a bañar, simplemente llené la tina con agua muy caliente y me metí. Pasaron como dos horas, lo noté porque me salí de tener frío. Me senté en la cama, aún entoallada y observé mi maleta. No quería abrirla porque sabía lo que iba a encontrar: nada que me fuera útil: ni somníferos, ni vodka. Así que me vestí con la única intención de buscar lo segundo en algún lugar del lobby.

-No servimos alcohol hasta la 1pm.
-Son las 12:30, no falta tanto.
-Pero lo tenemos prohibido hasta--

Billete de 50 euros en la mesa equivale a vodka servido al instante. ¿Por qué vodka? Porque si tienen tequila, que es lo que tomo, se ha de llamar Speedy González. Y la verdad creo que me sirvió por lástima y no por el dinero.

Me bebí el vaso a tragos grandes pero espaciados. Pensaba en literalmente nada. Es de las primeras veces que logro mantener mi cabeza en blanco, y creo que me gustó. Mis manos jugaban con inercia debajo de la barra. Había música de fondo pero sólo podía oír mi respiración, hasta que me interrumpieron:

-Yo me veía igual la primera vez que mi novio me dejó.

Era un hombre alto, de ojos verdes, bien peinado y con una loción que me recordaba al primer cocktail al que asistí. Tenía más gracia para manejarse que cualquiera de mis amigas.

-No es bueno llorar y tomar, ¡pero cómo ayuda!. -Sonrió y se saltó la barra para continuar: Je m'apelle Paul, pero mi español es casi tan bueno como el que me espera en casa.

"Mi nuevo mejor amigo", pensé.

Platicamos hasta la hora de la comida. Después de los primeros dos tragos que pedí, los otros dos que me invitó y el último que inventamos juntos, decidí que era momento de salir a caminar y comprobar que el clima no era tan malo y a bajarme la borrachera que traía y de la que me percaté tan pronto me pegó el aire.

Si caminaba por mi calle hacia la derecha, en diez minutos llegaría a la Plaza París, según el mapa, por supuesto. Me tomó veinte minutos en realidad, pero porque caminé lento, respiré tranquila y me metí a todas las tiendas. Compré llaveros para mis sobrinos y postales para mi hermano. Venía viéndolas y decidiendo qué le iba a escribir cuando miré hacia arriba: La Puerta de Brandenburgo. Me sentí tan insignificante... Seis columnas dóricas levantaban la estructura neoclásica que aparecía en mis postales. Coronada con una cuadriga que funcionó por años como trofeo de guerra y que aunque creada por un prusiano, robada por un francés y regresada por los alemanes conservó la majestuosidad que se le ve hoy (claro que después de varias reconstrucciones por los daños que padeció en las guerras). La fusión de poesía y gloria que tiene la Puerta de Brandenburgo tiene un valor histórico infinito: primero porque fue la única de 15 que rodeaban la capital durante la monarquía prusiana que sobrevivió a las guerras, después, simbolizó la división de la ciudad durante la Guerra Fría (la puerta funcionaba como control de aduanas) y ahora los alemanes la miran como lo contrario: la reunificación materializada... 

Todas mis clases de historia sirvieron al final. Me encantó darme cuenta de esto y de lo hambrienta que me sentía por conocer más, más de Alemania, más de Europa, más del mundo... hambrienta de todos los lugares que me faltaban por ver y todas las historias que aún no oía... -adiktah


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