jueves, 6 de septiembre de 2012

Reichstag

Estaba atardeciendo y por fin era mi turno de entrar al Reichstag (foto), que es el edificio gubernamental más importante del país. En la parte de arriba tiene una cúpula de cristal (foto) por la que se puede subir y bajar en rampas tipo hélice. En medio tiene una columna de espejos por los cuales puedes ver el piso del domo (también de cristal), permitiendo ver a los que están sentados en los curules dentro del edificio. De la misma forma, los funcionarios del gobierno alemán pueden vernos gracias a los espejos. Esto es para que no se les olvide que el pueblo siempre está por encima de ellos. Con historias así, ¿cómo no enamorarse de esta ciudad?

Tan pronto salí sonó mi teléfono:

-Bueno?
-¡¿Qué onda bonita?!
-¡Beto!
-¿Cómo estás?
-Bien bien, ¿y tú?
-Bien también, no me digas que estás en Berlín.
-¿Cómo sabes?
-Me dijo Alexandre que te vio en el Reichtag pero que tú ibas de bajada y él apenas de subida, por eso no pudo alcanzarte. ¿Si te acuerdas de él no? Es el niño que vino de intercambio a mi casa hace dos años, con el que yo estaba en el cumple de Lili, en Grecia.
-¡Pero claro que me acuerdo! ¿Qué ha sido de él? ¡Dale mi teléfono para vernos! No puedo creer lo chiquito que es el mundo. ¿Y tú donde estás?

Lo que seguía en la conversación ya me lo sabía de memoria: se iba a inventar algún pretexto para alcanzarme en Alemania seguramente, no sería la primera vez que hace algo así, ni la última.

-Ah pues vine a cerrar un negocio a Lyon y pensé en pasar el fin de semana en tierras germánicas, claro, aprovechando que Alex está por allá.
-Oye qué buena noticia, cuando llegues, márcame y hacemos algo, ¿Te parece?
-Ya estás bonita, te veo pronto.

Beto había sido mi novio de la secundaria, él era cuatro años más grande que yo e íbamos a la misma escuela católica que estaba dividida por género. En realidad lo conocí en una pasarela organizada por un socio de su papá, que conocía a mi padre de años. Fue gracias a ese evento que terminaron haciendo negocios los tres, y hasta la fecha. Es un buen niño y mi familia lo quiere muchísimo, pero yo sé que no hay forma de que nos veamos sin que él mezcle lo que es, con lo que fue. Cinco años no se olvidan rápido y la verdad yo tampoco olvido lo que fuimos, pero sí tengo clarísimo que esto es una amistad; eso sí, patrocinada por nuestros papás más que nada, porque no permitieron que nos dejáramos de hablar cuando cortamos.

En fin, es hora de cambiarme de ropa porque yo nunca me quedo sin salir. En la mañana tomé un tour en el que no sólo conocí la ciudad sino también a una pareja de americanos que llevan aquí un par de semanas y que me invitaron a hacer algo hoy.

Me arreglé lo más rápido que pude y contesté el teléfono del hotel que no dejaba de sonar.

-Señorita, buenas noches.
-Buenas noches.
-Mr. and Mrs. Foskolt la buscan en el lobby.
-Enseguida bajo.

Mick y Mack Foskolt, como se presentan normalmente, eran amables y abiertos y yo creo que tenían también una buena imagen de mí, porque insistían en presentarme a su primo que era DJ en el lugar al que iríamos después de cenar. Nos subimos al coche y Mackenzie le indicó al chofer por donde irnos.

Llegamos al restaurante y para mi sorpresa era un blind dinning room. El lugar tenía una fachada bonita... coqueta, diría mi mamá. Nos explicaron cómo iba a ser y entramos prácticamente tomando distancia. Está de más decir que fue una de las experiencias más grandiosas de mi vida. Privarte de un sentido para dejar de ponerle limites a otro es algo que aunque no practicamos a menudo te hace pensar en la magnificencia del cuerpo humano.

Terminamos de cenar y acudimos al lounge que habíamos previsto. Estaba muy bien ubicado y decorado. Lleno, pero no como para asfixiarte o para tardarte horas en la barra. El caso es que acabamos en una mesa compuesta de ocho chicas alemanas que estaban ahí por la despedida de soltera de una de ellas. Era media noche y justo después de que Mack me presentara al DJ (quien resultó ser amigo de una prima mía que vive en Texas), y para sorpresa de todos, Michael sacó una bolsa llena de globos y se puso a inflarlos. Hizo infinidad de formas y tamaños para obsequiarle a las damas ahí presentes, pero a la que iba a casarse le hizo algo de lo más original: unas alas y aureola con cintas también hechas de globo, para meter los brazos. Todas tenían anillos y espadas pero ella era un ángel. La pasamos muy bien y por primera vez en el viaje pude olvidarlo todo. Soy una persona obsesiva y debo reconocer que me cuesta trabajo dejar de pensar en que ya no me casaré en unos meses, pero si estar lejos me hace borrarlo, pues probablemente aquí me quede... y además, qué lindo es Berlín.



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